MIRANDO DE FRENTE A LOS PECADOS
Dante lo imaginó como un embudo, una ciudad abrazada en fuego, donde los tormentos aumentan en la medida en que los círculos se estrechan. En la punta del cono habitan los peores males. Esos extravíos del hombre, condenado siempre al sufrimiento por sus faltas.
Desde las más leves, como la indiferencia, los pusilánimes que no hacen nada por el mundo, los amantes lujuriosos, arrastrados por los vientos, los iracundos aplastados por los perezosos, la gula castigada por el barro, a los más graves, los que ocupan los tres círculos, y por eso, los más estrechos; la trama y el engaño. Esos males eternos que atraviesan los tiempos y todos podemos reconocer en nuestra vida con los otros. Sobre todo ahora cuando el hombre ha sido reducido a su precio, y la imagen potencia aquella sentencia del poeta portugués Fernando Pessoa: “El que inventó el espejo envenenó el alma humana”
En su viaje, Dante recorrió los nueve círculos del Infierno, guiado por Virgilio, en quien el florentino simbolizó la razón y la bondad. Al pasar el séptimo círculo observó un río de sangre hirviendo, donde estaban sumergidos los tiranos, custodiados por arpías. Desde entonces, el más obstinado de los pecados de la humanidad, la violencia, hizo del séptimo círculo la metáfora más adaptada del bello y alegórico poema.
Si la Divina Comedia es un viaje de búsqueda de la verdad, Carlos Alonso hace el mismo viaje con el coraje que solo tienen aquellos que son capaces de mirar de frente los pecados. Esas miserias humanas que hacen de la existencia un infierno, y todas las religiones buscan purgar para hacer menos dolorosa la vida entre los hombres.
Del infierno no se sale. Es un lugar cerrado. Caronte, el barquero que transporta a los tiranos, los fraudulentos y los traidores, lo dice con todas las letras: “De esta ciudad no se sale” . Los otros, los simples mortales, nos salvamos por el amor y el arte.
Gracias Carlos Alonso por dejarnos en el Monte del Purgatorio, que truena cada vez que un pecado se purga. Entonces, las manos se estrechan y hay alegría. No porque los pecados no existan sino porque son purgables. Por eso, hay esperanza, esa otra obstinación humana.
Norma Morandini